“El sacrificio es siempre la mejor opción”, dijo Lydia Valentín nada más proclamarse campeona del mundo de halterofilia. Pero la reina de los 75 kilos sabe que toda ayuda es poca y por eso compitió en Anaheim (EE.UU.) con una pulsera de la Esperanza de Triana que cayó en sus manos por casualidad unos días antes, a 9.300 kms de distancia.
Fue en la despedida del equipo español de halterofilia que ponía rumbo a Estados Unidos, el día 8 de noviembre en Madrid. Lydia se sometía a una retahíla de entrevistas. Durante una de ellas, la periodista con la que conversaba llevaba en la mano derecha una pulsera verde de la Esperanza de Triana, una de las vírgenes más veneradas de Sevilla.
La levantadora leonesa se quedó prendada de la pulsera y la periodista no dudó en regalársela. “¿Me dará suerte?”, preguntó Lydia. “Pónmela, que voy a competir con ella”, prometió
Así fue como la Esperanza de Triana subió a lo más alto del podio de la mano de la reina de la disciplina.
Lydia Valentín se proclamó el domingo triple campeona mundial en la categoría de menos de 75 kilos. Había subido al podio en Río 2016 y, cuando se cierren los casos de dopaje de otras competidoras, recibirá las medallas que le deben de Pekín 2008 y Londres 2012.
Había sido tres veces campeona de Europa. Solo le quedaba el oro mundial, pero ya lo ha conseguido.
El éxtasis es notorio cada vez que Lydia Valentín logra el triunfo. Gritos, saltos y aplausos eufóricos son la manera de transmitirle al mundo que es campeona. Más tarde levanta los brazos y dibuja un corazón con los dedos.
Desde siempre, los protagonistas de mundo del deporte han dependido de las supersticiones, las manías, las rutinas, algo que, a pesar de ser secundario, consideran primordial. Rara es la persona que no ha depositado sus esperanzas en aquel número de lotería o en aquel amuleto que le transmite aquello que denomina, suerte. Los grandes deportistas no son ajenos a esto.
Rafa Nadal tiene una lista de manías que sigue a rajatabla en todos sus partidos. No pisar las líneas de la pista mientras espera el saque del rival, o las dos botellas de agua que alinea con esmero en diagonal: una fría y otra a temperatura ambiente.
Michael Jordan, considerado por muchos el mejor jugador de la historia de baloncesto. Disputaba todos sus encuentros con los pantalones de su universidad, la de Carolina del Norte, por debajo de los de Chicago Bulls.
En el caso de Lydia Valentín, la superstición o la suerte son secundarias. Siempre dice que lo que la ha permitido llegar a lo más alto ha sido el trabajo. La constancia y el sacrificio son valores que la leonesa lleva interiorizados. También la honestidad y la deportividad, ya que muchos de sus éxitos le han llegado tiempo después de competir, por la salida a la luz de casos de dopaje de sus rivales.
El deporte le debía mucho. Casi tanto como ella le ha aportado. Y este domingo la compensó, permitiéndole celebrar un oro en directo, cuando otras veces le habían “robado” ese momento. Y cuando alzó los brazos para festejarlo, justo al lado de sus vendas rosas, sobresalió la Esperanza de Triana. La pulsera que nunca perdió Lydia, pese a un viaje de más de 9.000 kilómetros.